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8 de diciembre de 2024
Reformulaciones y críticas operativas
Reacción a la perdida del "carácter' en la arquitectura moderna
Enfoque principal
En la siguiente monografía busco profundizar en la recuperación del “carácter” expresivo y comunicativo perdido en la arquitectura moderna. Profundizando en las épocas del ‘50 y ‘60, voy a analizar las reacciones que surgieron como reformulaciones y como críticas operativas, detectando elementos / componentes arquitectónicos que eligen los arquitectos, reconociendo a la arquitectura como herramienta vital para la comunicación simbólica y la expresión formal. Para eso, se dividirá en dos pasos principales que se repetirán:
Contexto histórico y cultural
Comenzará situando al lector en el momento histórico correspondiente a cada movimiento arquitectónico. Se analizarán los valores culturales, los avances tecnológicos, las necesidades sociales de la época y elementos que influyeron en la visión arquitectónica del momento.
Ejemplo de obra
Se expondrá y explorará una obra que ejemplifique de manera concreta los elementos utilizados para transmitir un mensaje o provocar una experiencia determinada.
Introducción
La arquitectura, en su esencia más pura, es el arte de comunicar y materializar la visión del arquitecto en un espacio físico que interactúa con las personas. La forma de comunicar, transmitir y manifestar sus intenciones y visiones y lo elegido para la primera impresión del humano, ha cambiado con el tiempo adaptándose a los cambios culturales, tecnológicos y sociales. Desde los inicios de la arquitectura, se ha buscado influir en la percepción y las emociones de quienes los habitan o visitan a través de una variedad de elementos.
A medida que avanzaba la modernidad, los arquitectos empezaron a experimentar con nuevas formas y materiales, buscando expresar ideales de progreso y funcionalidad. Hay un momento de fuerte rechazo a los postulados de la ciudad funcional del Movimiento Moderno, donde lo que más importaba era la funcionalidad, pensada para que sea eficiente en la cotidianeidad y estándar pero poco pensada para la interacción del humano, en la transmisión de algún mensaje a través de ella. ¿Cómo se le da forma al nuevo recipiente? Era un nuevo desafío ante la ciudad funcional que no terminaba de responder las inquietudes requeridas.
“El Movimiento Moderno ortodoxo es una cuestión cerrada, un hecho histórico que no tiene más contemporaneidad que la del academicismo del siglo XIX, y aunque se reciban mensajes tanto de estos períodos históricos como del pasado en general, cierta nostalgia ocupa un lugar menor respecto a la referencia realista a las cuestiones contemporáneas. La lucha para ambos grupos es devolver a la Arquitectura una vitalidad de intenciones y formas que estaba ausente del trabajo del Estilo Internacional tardío.” «Robert A. M. Stern Gray Architecture | TECNNE», https://tecnne.com/biblioteca/robert-a-m-stern-los-grises-como-posmodernos/, s. f., accedido 5 de octubre de 2024. p28
Dado que el Estilo Internacional fue criticado por su enfoque en la funcionalidad sobre la forma, la arquitectura contemporánea va a explorar cómo contar historias, evocar y conectar emociones con las personas y crear experiencias memorables en los edificios para poder comunicar y expresar más allá de su función práctica,
“Pero el simbolismo de la arquitectura funcionalista no fue reconocido. Fue un simbolismo carente de símbolo: la imagen funcional de un edificio fue el resultado de la expresión automática y explícita del programa y la estructura. Al atribuir importancia primordial a la función en arquitectura, los funcionalistas modificaron la definición vitruviana según la cual «arquitectura es comodidad, solidez y belleza»” Robert Venturi y Denise Scott Brown, «Functionalism, yes, but...», Arquitecturas Bis n°5, 1976. p1
En este ambiente de descontento, surgen reacciones como respuestas al Movimiento Moderno, buscando recuperar la pérdida de “carácter”. De los enfoques reaccionarios que voy a analizar, la diferencia entre estas radica en los enfoques que adoptaron para responder: uno aspira a recuperar la expresión y vitalidad adaptándolas a los avances de su tiempo y el otro busca restaurar la comunicación simbólica y cultural.
Entre el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) y la década de 1950, la arquitectura moderna comenzó a experimentar importantes reformulaciones y nuevas aproximaciones sobre la tradición arquitectónica que buscan actualizar y ajustar los principios del Movimiento Moderno para responder a las nuevas realidades sociales, culturales y tecnológicas. Surgieron múltiples llamados hacia conceptos como la "expresión", la "monumentalidad" y la incorporación de las "nuevas tecnologías impulsadas por la segunda era de la máquina", evidenciando una necesidad creciente de un enfoque más humanista y social, en contraste con el racionalismo estrictamente funcional del “Estilo Internacional”. Estas transformaciones se reflejaron en las obras de la época, donde elementos arquitectónicos como pisos, paredes, techos, cubiertas, puertas, ventanas, fachadas, balcones, corredores, chimeneas, escaleras, rampas y ascensores incorporaron estas nuevas ideas, sensibilidades y formas para revitalizar la arquitectura.
En la versión publicada de la conferencia de Banham, Theory and Design in the First Machine age (1960), argumentaba que la "primera era de la máquina", inspirada por automóviles y transatlánticos, había sido reemplazada (aunque no revertida) por una "segunda era de la máquina". Con un impacto de la tecnología en la vida cotidiana y de mayor accesibilidad.
Esta nueva era se caracterizaba por la aparición de innovadores dispositivos como televisores, radios, afeitadoras eléctricas, secadores de pelo, grabadoras de cintas, procesadoras, lavadoras, refrigeradores, aspiradoras y pulidoras. Estos objetos estaban empoderando a la "ama de casa" moderna con una potencia superior a la que manejaba un obrero industrial a principios del siglo.
Mientras que el automóvil en los años 20 era un símbolo de estatus para las élites culturales, el televisor (la "máquina simbólica de la segunda era de la máquina") democratizó el objetivo crucial de las comunicaciones: "distribuir el entretenimiento de masas". Lo único que faltaba en esta nueva era de la máquina era una teoría adecuada.
Por otro lado, la década de los 60 y principios de los 70 fue un periodo de intensa reflexión y crítica dentro del campo de la arquitectura. La insatisfacción con los postulados del Movimiento Moderno, que había promovido una arquitectura funcionalista y universal, se hizo cada vez más evidente. Los arquitectos comenzaron a cuestionar los fundamentos de la modernidad, a cuestionar la validez de principios como "la forma sigue a la función", que ignoraban las particularidades culturales y contextuales de cada lugar.
Así es como surgieron las neovanguardias, movimientos que en reacción en rechazo al legado del Movimiento Moderno, estas críticas operativas buscaban reinterpretarlo y adaptarlo a las nuevas realidades sociales y culturales, haciendo nuevas teorías contemporáneas.
Esta corriente que vamos a ver no se conformaba con una sola visión de la arquitectura, sino que promovían una diversidad de enfoques teóricos y prácticos. La arquitectura ya no se entendía como una disciplina aislada, sino como una que debía dialogar y enriquecerse con otras áreas del conocimiento. La interacción con otras disciplinas como la pintura y la escultura fue fundamental en este proceso de búsqueda de una nueva autonomía disciplinar que permitiera a la disciplina establecerse como un campo teórico y práctico independiente intentando encontrar nuevas formas de intervenir en el espacio urbano. Una teoría para y hecha desde el propio lenguaje la arquitectura.
“Con los años setenta se consolidan algunas posiciones (...) sobre todo se produce un cambio de paradigma en la consideración de la arquitectura: la necesidad de un replanteamiento disciplinar, previo -y ajeno- a cualquier planteamiento metodológico, es ahora el sentimiento más extendido. Desde perspectivas diversas se construyen sistemas doctrinales que asumen la condición de vanguardia, tanto en su renuncia al conocimiento referido a la experiencia común como en la propuesta de un cuerpo teórico normativo capaz de definir el marco disciplinar en el que, desde cada punto de vista, se inscribe la correspondiente idea de arquitectura.” Helio Piñon, Reflexión histórica de la arquitectura moderna, s. f. p.3
La analogía entre arquitectura y lingüística, por ejemplo, nos permite entender la arquitectura como un lenguaje con su propia gramática y sintaxis, donde cada elemento arquitectónico puede ser visto como una palabra o frase que contribuye al significado general de la obra. Pampinella, en sus reflexiones, ha explorado esta relación, destacando cómo los elementos arquitectónicos comunican y generan respuestas emocionales y funcionales en los usuarios.
Siguiendo la línea de pensamiento de Derrida, la relación entre el significante (la palabra o símbolo) y el significado (lo que representa) no es fija ni unívoca; es decir, no existe una correspondencia directa y única entre un elemento arquitectónico y lo que este significa para el usuario. En cambio, el significado es dinámico y se construye en la interacción del usuario con el espacio.
“En primer lugar, hay que advertir que los estudios sobre el lenguaje que nutrieron las indagaciones arquitectónicas a mediados de los 60 tenían distintos enfoques: lo veían como un sistema de SIGNOS, se centraban en la cuestión de la COMUNICACIÓN o en la descripción del lenguaje en un momento particular, o focalizaban su interés en las reglas mediante las cuales se genera el lenguaje mismo, en particular: Chomsky con las gramáticas generativa y transformativa.” Silvia Pampinella, La arquitectura como proceso de auto examen, 2005. p.81
El uso de precedentes del pasado se volvió central en la enseñanza de la arquitectura y abrió un repertorio de estrategias espaciales y formales inédito. La noción de invención se vinculó al conocimiento del pasado. También se inspiraron en las tendencias contemporáneas del arte para explorar nuevas posibilidades formales y conceptuales. Esta aproximación interdisciplinaria proporcionó a los arquitectos un nuevo lenguaje visual y conceptual que desafiaba las normas establecidas del funcionalismo modernista.
La arquitectura de esta neovanguardia se caracterizó por su reflexividad y su interés en la historia y la cultura. Se valoraba la capacidad de la arquitectura para comunicar y generar significados. Helio Piñón destacó la importancia de una teoría que garantizara la objetividad del proyecto arquitectónico, lo que implicaba una comprensión más profunda de la arquitectura más allá de su función práctica.
La fragmentación teórica y la coexistencia de distintas corrientes también reflejaron las diferencias políticas y culturales entre Europa y Estados Unidos. Mientras que en Europa se tendía a enfatizar el contexto histórico y cultural en la producción teórica, en Estados Unidos se observaba una inclinación hacia la tecnología y la innovación como fuerzas motrices del diseño arquitectónico. Esta dicotomía cultural se manifestó en la producción de teorías arquitectónicas que, aunque compartían ciertos principios fundamentales, se desarrollaron en direcciones distintas o divergentes.
Viendo estos contextos, entiendo que la arquitectura refleja no solo un cambio en la estética, sino también en la relación entre el espacio y el humano, buscando una arquitectura más inclusiva y democrática, que busca responder a las necesidades y aspiraciones de una sociedad diversa.
Esa elección de lo que usan los arquitectos para la manifestación ya no es solo una cuestión de impacto visual, sino una experiencia holística que abarca lo estético, lo funcional y lo intuitivo, invitando a los usuarios a reflexionar sobre el espacio, su contexto y su lugar en el mundo. Así diseñan declaraciones poderosas, que pueden ser tanto acogedoras como imponentes, dependiendo de la intención que hay detrás y esto lo hacen a través de una orquestación cuidadosa de elementos físicos y/o sensoriales que, en conjunto, crean una narrativa espacial. Esta narrativa no solo cuenta algo sobre el edificio, sino que también invita a los usuarios a ser parte de ella, a vivirla y experimentarla, permitiendo que la arquitectura hable por sí misma y transmita su mensaje de la manera más pura y directa posible.
Como síntesis se puede entender que durante la segunda era de la máquina, las reformulaciones se centraron en cómo el modernismo se había vuelto rígido y carente de capacidad expresiva. La obsesión con la estandarización y la funcionalidad había despojado a los edificios de su capacidad para inspirar, emocionar y responder a los avances tecnológicos y las nuevas dinámicas sociales.
En respuesta a esta pérdida de capacidad expresiva, el propósito era incorporar tecnología y nuevas formas de expresión para revitalizar la arquitectura. La segunda era de la máquina impulsó el uso de materiales innovadores, formas dinámicas y un enfoque más humanista en el diseño, buscando equilibrar la funcionalidad con una expresión más libre y adaptada a los nuevos tiempos.
Por otro lado, la crítica operativa de esta neovanguardia se centró en que la arquitectura moderna se había distanciado de su capacidad para dialogar con las personas y su contexto cultural. Al centrarse excesivamente en la funcionalidad, el Movimiento Moderno había eliminado los significados simbólicos y emocionales que enriquecen la experiencia del usuario.
En respuesta a esta pérdida de capacidad comunicativa, el propósito era reinterpretar los principios modernistas desde una perspectiva cultural y conceptual. La neovanguardia introdujo el simbolismo, el juego con los estilos históricos y una mayor atención a la narrativa y el contexto, buscando restablecer la comunicación entre las obras y los humanos.